julio 19, 2010
Amor de novela
Amor de novela .(Columna "Trompo en la uña" diario La Región, 18 de Julio)
Mis viejos se casaron en febrero del año 74, y si las matemáticas no cambian, ni fallan, cumplieron 36 años juntos. Sí, se dice fácil, sobre todo viendo dos números fríos y cuadrados, pero si lo digo con palabras, cobra la magnitud que lleva consigo dicha cifra. TREINTA Y SEIS AÑOS de casados.
La historia comenzó cuando mi madre, que era una jovencita 90-60-90, por aquellos días, y mi padre un melenudo hippie (para ambos historia patria estos detalles), tuvieron la fortuna de encontrarse. Y digo fortuna, no porque haya implicado ganancias materiales, buenas dotes, o algún beneficio económico, sino por la experiencia que han vivido y que terminó para bien o mal, en desencadenar un matrimonio de 36 años.
Mi madre, era la menor de la casa, la consentida, la hija del prominente comerciante e importador residenciado en la ciudad costera y tropical de Curramba la bella, o mejor, de Barranquilla, Colombia, ciudad natal de las caderas alucinantes de Shakira.
La jovencita con pretendientes adinerados, dueños de fincas, avionetas y cuanto bien material se pudiera colocar a los pies de una hermosa mujer, conoció por casualidad al chico de ojos verdes y abundante melena, que le robó el corazón, pero no solamente su corazón, sino que terminaría, robándola a ella misma del ceno familiar, ojo, con el consentimiento expreso de ella, que no dudó en escaparse a una aventura que para muchos hoy en día, implicaría incertidumbres y miedos que terminarían por destruir aquel plan, tipo novela.
Esta loca, pero firme decisión nacería, al verse impedidos de casarse por mis abuelos, por ser considerado mi viejo, un pretendiente que no estaba a la altura de la princesa. Sin embargo, en el corazón nadie manda, y en aquellos jóvenes corazones enamorados, nada cambiaba el sentimiento y nadie podría colocarles una rienda.
Tras escaparse de la vieja Barranquilla, la costa Caribe de Colombia fue testigo de una aventura, que los llevó a refugiarse en la Guajira, para hacer realidad su sueño, su romance, su locura. Recorriendo paisajes al mejor estilo del realismo mágico descrito por la pluma bendita del nobel colombiano García Márquez, mis viejos en aquel momento unos impetuosos jóvenes, vivieron su idilio, bajo noches iluminadas por la luna a la orilla del mar. Arrullados por cumbia, por las notas melancólicas de algún acordeón, quizás, de un discípulo de Aureliano Segundo, hijo de Arcadio, nieto José Arcadio, bisnieto de Ursula Iguarán y sobrino nieto del coronel Aureliano Buendía .
En aquellas tardes que languidecían lentamente cerca de rancherías Wayú, forjaron un sentimiento que se convirtió en una certeza, nacida de un arrebato de locura, pero no aquella que se define como un estado en el que se pierden las facultades mentales, llevando al individuo a la imprudencia e insensatez. En el caso de mis viejos, aunque muchos hoy en día lo definirían con las últimas dos palabras del concepto de locura, aquellas no existían, pues un sentimiento aún mayor, poblaba el corazón y la mente… el amor, aquella locura era manejada por el amor.
Tras varios días, fueron descubiertos por don Hernán González Medina, que les exigió matrimonio, quizás como castigo, mientras internamente se unían en una risa cómplice. No puede ser castigo lo que tanto anhelas, lo que tanto amas. El plan, que nació sin sentido, bajo la mirada de reproche de la familia González Agüero, terminó por tomar forma en estos dedos que teclean un computador, lleno de emoción y gratitud por ser parte de la historia más bella, que jamás he escuchado, ni escucharé, tengo certeza.
¿Cierro los ojos y digo que luego de la palabra: fin, al final de esta novela, todo fue un idilio y un mar de rosas? No, claro que no, fue todo lo contrario. Miles de pruebas han seguido estos 36 años, aunque la misión la cumplieron, ya lo demás es ganancia. Aún mejor las pruebas siguen, mientras Dios así lo permita. Pero realmente el compromiso fue serio. De verdad, de corazón, si así es la locura, yo quiero estar como una cabra.
No se trata de misterios, no se trata de mentiras, no se trata de una vida inmaculada, de un cumulo de virtudes y de una sonrisa eterna. No, se trata de lo que hoy no existe.
No hablo de mujeres que se doblegan a un hombre, sino que caminan juntos, al lado, de igual a igual, persiguiendo sueños en conjunto. Dios sacó de Adán una costilla, que convirtió en su mujer, pero el sentido de esa costilla, es que la mujer nació para estar al lado de ayuda idónea, no para ser independiente, así como tampoco el hombre.
Hoy, cuando miro a mí alrededor y veo tanta soledad, fracaso, tanta falta de voluntad por seguir un sueño conjunto, por egoísmo y orgullos. Hoy cuando miro y creo que muchos necesitan un GPS para ubicarse, miro hacia atrás, miro a mi lado y veo el ejemplo. Solo es cuestión de entender el significado del matrimonio; no del concubinato, no de la relación libre. De la unión por efecto de locura, sí, de esa que te ciega y que te lleva a luchar por un imposible. El matrimonio es locura, no queda duda, el verdadero amor es y debe tener su cuota de locura, su cuota de sentido común, su cuota de humildad.
Hoy el matrimonio y el amor, parece una especie en extinción, en medio de una sociedad cuyo ritmo diario, termina por ahogar cualquier intento de siquiera pensar una gesta romántica como la de mis padres. Quizás soy el hijo de unos de los últimos románticos sobre la tierra. Quizás mis viejos, entran en una raza destinada a morir.
Quizás, es esa la realidad, solo si queremos, si olvidamos lo que fuimos y lo que podríamos ser, si no nos dejamos invadir por un poco de esa locura. Si comprendemos como diría José Luis Perales: Es más corto el camino, si somos dos.
Fernando Pinilla