octubre 31, 2011
Amores que matan
Amores que matan (Columna "Trompo en la uña" diario La Región, 30 de Octubre 2011)
El amor es una magia, una simple fantasía, es como un sueño... reza la letra de una de las canciones de Tito el Bambino, que estuvo de moda hace un tiempo por toda Latinoamérica. Sí. El amor, cuántas páginas se han escrito sobre este tema, cuántas personas aferradas a la barra de una vieja cantina, no viven postrados ante el alcohol, victimas inequívocas de este sentimiento que puede ser sublime o inescrupuloso.
La palabra amor proviene del latin, amor-Oris, abarca gran cantidad de sentimientos que pueden ir desde el deseo pasional (Eros), la relación fraternal con un pariente o amigo (Storgos), y en muchos casos una derivación siniestra y casi enferma hacia un objeto, una figura; por nombrar una: el dinero.
Para los que vivimos en la Venezuela de hoy no es extraño escuchar manifestaciones de amor obsesivo hacia la figura del presidente de la república que traspasa a veces la razón. Pero sea un problema psicológico o verdadero sentimiento, entendemos que el amor en su esencia pura lleva una dosis de locura, sino quién explica las grandes y admirables gestas que ha desencadenado el amor pasional por un individuo, saltando las barreras de la razón y de la cordura.
Muchas historias de amor nos muestran la cara del mismo como un sentimiento en el que el “yo” tiende a desaparecer para dar paso a un desinterés total o parcial en algunos casos hacia nuestra propia persona, pensando exclusivamente en el otro individuo, y en otros, siendo más sensatos; se piensa en una relación, es decir en dos. Como diría José Luis Perales: Es más corto el camino si somos dos.
Esas mismas historias nos cuentan que esos amores en ocasiones deben elegir ante circunstancias para poder mantener el sentimiento, para poder vivir la experiencia, sin embargo siempre priva ese deseo de amar ante aquello que no por ser impedimento es negativo, en otros casos sí, pero que cuando el amor es verdadero termina triunfando en su máxima expresión sobre aquella barrera. Sin embargo acá es cuando queremos trasladar todos estos complejos conceptos a nuestra realidad política y nos terminamos dando cuenta que vivimos algo extraño. Bien es conocido el amor desmesurado hacia algunos artistas, por los llamados fanáticos, amor que para mi concepto son más trastornos psicológicos que verdadero sentimiento. De ahí a las muestras más locas como dormir en el piso en una fila de cientos de personas por acceder a una boleta y hasta pagar cifras inimaginables por dicha entrada. El absurdo comienza a aparecer y lo bonito del amor en ese caso y en las relaciones de pareja con mucha frecuencia desaparece y empieza a reinar el desequilibrio total. Comportamiento este que termina en fatales desenlaces que pueden incluir el asesinato y hasta el suicidio. El amor por Dios suele desencadenar los antes mencionados con frecuencia, amor que termina siendo locura y que a través de la historia ha justificado masacres y los castigos más inhumanos. Todo fuera de contexto y de razón termina siendo peligroso… una cosa es amar y otra idolatrar, ante este último se pierde la capacidad de ver claramente, sin ser influenciado por los embates de un “amor” brutal que desconoce razón.
Si leemos con atención y como digo antes lo trasladamos a nuestra realidad, veremos muchos símiles con nuestra actualidad y produce miedo. Estamos ante una cantidad asombrosa de personas que manifiestan a vox populi su fidelidad por la figura del presidente, en nombre de un “amor” sin control, palabra que se ha usado en varias campañas de las miles que hace el gobierno para mantenerse sembrados en el subconsciente del pueblo. Por cierto sería interesante calcular cuánto dinero ha gastado este gobierno en publicidad, diseño, rediseño, vallas, afiches, logos de campañas de misiones, ministerios que nacen, mueren, y solo queda nada. Pero ese es otro tema. Siguiendo en el nuestro es terrorífico como se cultiva el sentimiento y peor como germina en las personas aún por encima de sus propias necesidades y de poder analizar las realidades. Cuando veo las barriadas nacidas en la tan nombrada IV República y afianzadas y expandidas en la V, me pregunto: Si mi calidad de vida no mejora, ¿por qué sigo amando una figura que no cumple su propósito? Un amor pasional desmesurado, excesivo y obsesivo niega nuestros propios derechos a vivir dignamente, a recibir un trato justo y termina amarrándonos a una realidad miserable, sin esperanzas, sin presente, y mucho menos un futuro. En el barrio se vive la miseria del amor visceral hacia un hombre, pero a Venezuela pocos la aman.
Al suelo que pisamos y que por herencia es nuestro, no exigimos reciba el trato que merece, nuestro enemigo termina siendo todo aquel que no ame como nosotros a nuestro presidente, a un gobierno que siembra la discordia y la enemistad con nuestros hermanos, la realidad amarga es que anteponemos una forma distorsionada y mal dirigida de amor, antes que nuestras necesidades, intereses y nuestro propio país.
La pregunta de muchos sería: ¿Esto es amor? No sé, creo que sí. Un amor idólatra hacia lo erróneo que se alimenta de la ignorancia y de nuestra falta de sentido de pertenencia y egoísmo. “Si yo no estoy bien, que no lo esté ninguno”, se puede pensar quizás, y por eso dejamos que crezca este sentimiento que dista mucho del concepto que el sentido común nos dicta sobre esa palabra de cuatro letras que puede dañar, como en este caso. Quien antepone el amor a la patria por una figura, no puede ser digno ser llamado hijo de esa tierra. El que ama a un político antes que a su propio país es el más grande y genuino apátrida que podamos encontrar. Ante esta realidad que vivimos parece compleja una salida democrática a un periodo de oscurantismo moderno que nos ha tocado vivir, más cuando en el nombre del amor nos olvidamos de todos, hasta de nosotros mismos.
Fernando Pinilla
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