agosto 31, 2014

Si La Rotunda existiera



Si La Rotunda existiera (Columna Trompo en la uña, diario La Región 31/08/2014)  

¿Qué se esconde bajo las calles de la actual Caracas? ¿Alguien lo sabe? ¿Alguien se ha preguntado que está pisando justo en el momento que transita por la afanada, colapsada y caótica capital venezolana? Si damos una rápida mirada a la ciudad es poco lo que se puede decir. Aunque lleguemos al lugar más alto de la capital venezolana e intentemos analizar lo que un día fuera la ciudad de los techos rojos, no encontraríamos muchas respuestas. El paso de la demagogia se siente en las equinas caraqueñas y casi nubla la vista de los desprevenidos transeúntes que no se atreven, ni logran reconocer e identificar los lugares que marcaron la historia de una de las ciudades más lindas del continente.

Bajo ese mato de mugre, esmog, aceite automotor; bajo el concreto, bloques y vigas de acero; más debajo de las plantas de los pies de aquellos individuos que maltratan la ciudad con su ordinariez y falta de civismo, se encuentra una historia que quizás no nos han contado, y si lo han hecho, es de viejos, así que no importa siquiera recordarla. Todo lo que no sea regetón y malandraje, actitudes abusivas y ordinarias, no tiene cabida en la capital venezolana que mira de reojo las fachadas pintadas y maquilladas por la alcaldía de Caracas, sabiéndose con el corazón destrozado y el alma mancillada por años de oscuridad inducida por manos permisivas, años de disociación mental y de pérdida de nuestro acerbo cultural e histórico a manos de proxenetas de la patria.

Caminar por el centro de Caracas es hacerlo por una ciudad sin identidad, perdida en un laberinto de ruinas despreciadas por sus habitantes, todas como un cadáver inidentificable, pues el paso del tiempo ha sido cruel y nos borró la memoria. Quizás por eso somos así, quizás por eso estamos como estamos. Quizás cuando caminamos la plaza La Concordia olvidamos lo que hay debajo de aquel armatoste de concreto, lleno de mugre y ruido. Quizás si pudiéramos ver a La Rotunda de la dictadura gomecista en su sitio real, podríamos sabernos más cercanos a identificar regímenes dictatoriales. Quizás si aprendiéramos y recordáramos los sufrimientos de José Rafael Pocaterra, André Eloy Blanco, Job Pin y Leoncio Martínez “Leo” de manos de aquellos que destruyen a los pensadores, a los intelectuales y a los que informan, con o sin humor; podríamos entonces, quizás, valorar nuestra libertad en vías de extinción y nuestro derecho a exprésanos y pensar distinto. Pero caminamos por esa Caracas llena de buhoneros, indigentes, música alta, y la lucha de los arriba mencionados quedó sepultada bajo la ignorancia que otros, hoy en día, cultivan, para evitar que nos revelemos. Tal vez si al caminar por la plaza Bolívar recordáramos lo que ocurrió la mañana del 14 de febrero de 1936, hechos como los ocurridos en 2002 y en febrero de este año, nos habrían preparado. Quizás las lecciones no permitirían que la tiranía nuevamente colocara su bota militar sobre los civiles, y en el caso de los mandatarios, quizás tendríamos políticos de mayor envergadura y clase, quienes habrían aprendido a proceder con dignidad ante actos barbáricos como los ocurridos, en aquella oportunidad y hace no mucho, una vez más, en Caracas.

¿Qué importa si ya eso pasó? Ya la sangre la cubrió el cemento y la mugre, pero la huella dactilar está impresa en esa misma plaza que hoy usan émulos de los dictadores de antaño. Aquellos que protestaban contra el gobernador General Félix Galavis, gomecista, autor de la suspensión de garantías, la censura a los periódicos y emisoras fueron asesinados cobardemente, tras protestar en contra de la opresión. Sin embargo, López Contreras a sabiendas del descontento ordenó el cese de la suspensión de garantías y de la censura a los periódicos y emisoras, cambiando el estilo de gobierno de su antecesor y mostrando ejemplo; Galavis sería destituido y juzgado por sus actos.

El terror, la opresión y la violación de los derechos no importa de qué lado está, si es la derecha o la izquierda el ADN es el mismo. No es mejor ni peor las muertes que provocara en el pasado la derecha o la izquierda. Si quizás, conociéramos de verdad nuestro pasado, tal vez si esa Rotunda, aquel edificio circular que por años fue sinónimo de terror desde la época de Guzmán Blanco, pero siendo en la dictadura de Gómez su época de mayor cicatriz en nuestra memoria e identidad, quizás si aun estuviera en pie el monumento que López Contreras erigió intentando maquillar la sangre que manchaba ese espacio,  podríamos entonces recordar y no repetir lo vivido por nuestros abuelos.

Me siento en la plaza La Concordia y veo los carros pasar y la gente caminar atribulada, atiborrada de dolor, de sufrimiento y de preguntas sin respuesta. Miro el suelo y dibujo la estructura infame y se me aprieta el corazón, me escosen los ojos. Aquella cárcel, aquel Ramo Verde, el destino de todo el que no pensara como el Benemérito. Si Caracas mantuviera su historia, quizás, imagino absurdamente, algo podría cambiar, quizás no fuéramos tan ignorantes como entonces y como ahora. Bajo el concreto de Caracas retumban las palabras de José Rafael Pocaterra:

“Hiede a podre, a basura húmeda, a fosa común de cementerio abandonado. Tropiezo en la oscuridad con desperdicios infectos (…) Tiene ésta dos metros de largo por uno y medio de ancho y algo más de dos metros de altura (…) Un ordenanza me despoja de los zapatos; colócame dos argollas sobre los tobillos, pasa luego por ellos una gruesa barra y a golpe de mandarria que despierta los ecos de aquel recinto, espaciada, comienzan a remachar la chaveta de acero… Todo aquel aparejo pesaría unas setenta o setenta y cinco libras (…) Como no le hago caso, fuerza mis pies (…) Ahoga en mi alma el dolor del esguince. Me he roto el labio inferior con los dientes.”


¿Quién las escuchará?

Fernando Pinilla

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