¿Somos ricos de
verdad? (Columna Trompo En La Uña, diario La Región, 15 de febrero de 2015)b
Carnavales era una festividad que permitía a los venezolanos
y a extranjeros recorrer nuestro país y maravillarnos con las bellezas
naturales que Dios nos dio a disfrutar, y que, por mucho años, han sido motivo
para llenarnos la boca y gritar a los cuatro vientos que somos ricos.
Ciertamente, como decía una reciente columna de Laureano Márquez en la que
Dios, de manera ficticia, respondía al famoso: “Dios proveerá” de Nicolás, hace
unas semanas, es cierto que el territorio que en la actualidad habitamos y que
conocemos como Venezuela, ha sido bendecido de gran manera por Dios. Pero
también es cierto que los que pasamos a habitar dicho suelo, jamás procuramos
por escuchar las palabras de Arturo Uslar Pietri quién vaticinó hace mucho la
debacle de cualquier sistema de gobierno que no aprovechara las riquezas de
Venezuela, incluyendo ese maná negro que tanto orgullo nos ha dado y que hoy es
un dolor de cabeza tras la crisis
mundial que atraviesa.
Botswana es hoy en día el
principal productor de diamantes calidad gema con un total del 29% de la
producción mundial total. Aunque esta riqueza ha mejorado la situación de la
nación africana, el 30 % de la población vive por debajo del umbral de
pobreza. La tasa de desempleo también resulta alarmante. La pobreza económica
ha afectado desfavorablemente a los niños, quienes sufren dificultades para
acceder a los servicios sanitarios, a una alimentación saludable y a una buena
educación, entre otros. Namibia, por su parte, tiene los yacimientos secundarios más
importantes del mundo de diamantes, pero según una reciente encuesta
sobre los ingresos y gastos de sus hogares, más de uno de cada cuatro hogares
vive por debajo del umbral de la pobreza.
Además, el 10% de los más pobres sólo disponen del 1% de los ingresos totales
del país, mientras que el 10% de los más ricos controlan más de la mitad de las
riquezas. Zaire, sin quedarse atrás, es el mayor productor total de diamantes en
el mundo, más del 95% de su producción total es de carácter industrial y en
calidad gema su producción es de un 4,8% del total mundial; pero
aun así 26 millones de habitantes son víctimas del estado de piratería y pobreza
que ha dirigido el dictador mariscal Mobutu Sese Seko. Zaire, uno de los
países más pobres de África es uno de los más ricos del mundo gracias a los
diamantes, el cobalto y el petróleo que atesora su subsuelo, pero ha llegado a
un grado insostenible de miseria.
La lista de los países más pobre del mundo es encabezada por
diez naciones africanas. Primeramente Niger, el tercer productor de uranio del
mundo; en la séptima posición se encuentra la República Centroafricana que cuenta
con altos recursos minerales, tales como uranio, petróleo, oro, diamantes,
energía hidroeléctrica y tierras de cultivo, además de ser un gran exportador
de maderas. En la octava posición se encuentra Liberia, su economía destaca por
la exportación de hierro mineral, pero presenta una de las tasas de desempleo
más altas del mundo: el 88% de su población activa no puede trabajar y depende
en gran medida de la ayuda extranjera. La novena posición es para Guinea, un
país rico en minerales: bauxita, diamantes, oro y aluminio. La economía depende
en gran parte de la agricultura (80% de la mano de obra) y la extracción
minera. La décima colocación es para Sierra Leona, con un mercado multimillonario gracias a la extracción de
diamantes. Sin embargo todas estas naciones, en conjunto, demuestran una
sencilla realidad: no se es rico por las riquezas que Dios provee, sino por el
ingenio y acierto de quienes administran dichas riquezas, y obviamente de quienes
viven rodeados de éstas, para saber utilizarlas para su beneficio y de todos. Venezuela
dista de esa definición.
Como cité hace unos meses, del gran Uslar Pietri: “Venezuela
es una nación construida con un petróleo transitorio y que no ha servido para
transformar realidades, sino para disfrazarlas.” De nada ha servido explotar el
petróleo por décadas, sencillamente terminamos fue creando generaciones de
parásitos que no han entendido que el ser dependientes es una maldición muy
lejana a una bendición. La Venezuela que
vivimos se mantiene a oscuras, retrocediendo a escenarios vividos hace mucho,
pero como siempre, maquillados tras la eterna excusa del golpe de estado, de la
injerencia de los Estados Unidos. La displicencia es notoria mientras el país
no termina de entender que somos más pobre que nunca, que no poder acceder a
comida, medicinas y a ningún rubro que se busque, denotando el total desacierto
de las políticas gubernamentales, terminando por corroborarse al tampoco
conseguir ningún rubro que el gobierno administra. Si aunado a esto hablamos de la crisis del sector
salud, educación, seguridad y hasta el simple hecho de estar prácticamente
aislados, sin siquiera un pasaje para salir del país, podemos concluir que
nuestra similitud con los países africanos es más que notoria, es real,
alarmante y nos coloca en una incómoda situación de, finalmente, vernos a un
espejo y aceptar nuestras miserias.
De nada sirve tener el subsuelo desbordante de oro negro, de
nada es provechoso el sabernos ricos en minerales y metales, que nuestros
paisajes sean monumentales cuando no podemos recorrerlos y tener jabón de baño
o papel higiénico en los hoteles, como se viene denunciando desde hace tiempo.
De nada sirve que tengamos playas hermosas si la inseguridad nos acecha hasta
en los momentos de descanso, como le sucediera al cónsul de Polonia en
Margarita esta misma semana. Nuestra pobreza es política y mental. Mientras
el porvenir del país lo dejemos en manos
del fanatismo y la idolatría, no podremos superar la realidad nuestra: estamos
africanizados, y esto no es culpa, ni lo será jamás, de terceros sino de
aquellos a los que tercamente defendemos, cuando únicamente nos condenan a la
miseria y a la pobreza de mendigar en inmensas y cansinas colas.
Fernando Pinilla
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