septiembre 19, 2011
Yoga en la plaza
Yoga en la plaza. Columna "Trompo en la uña" diario La Región, 18 de Septiembre de 2011)
7:00 pm en la tercera avenida de Los Palos Grandes del municipio Chacao del estado Bolivariano de Miranda, el más pequeño de los cinco municipios que conforman el Área Metropolitana de Caracas. En una de sus esquinas más transitadas se yergue un monumento a la voluntad popular mancomunada con los poderes públicos: La plaza de Los Palos Grandes, suerte de accidente que rompe el concreto y lo funde con elementos naturales como el agua y arbustos, y lo complementa con el alimento perfecto del alma; las letras contenidas en una biblioteca con un diseño urbano que llama poderosamente la atención. Es pequeña la plaza, sí, la extensión era reducida cuándo en el año 2006, un 15 de marzo la comunidad solicitara al Consejo Municipal la construcción de un espacio público, que sería inaugurado oficialmente en el año 2010.
En este lugar que habla del sueño popular de vivir decente y humanamente en una ciudad que pierde cada día esta característica y termina envuelta por la intolerancia y la violencia, parece extraño lo que encuentro en mi visita. Me dispongo a tomarle unas fotos a Lilian Tintori, recordada animadora de televisión y radio, y campeona nacional de Kitesurf en 2003 y desde 2007 conocida por su matrimonio con el ex-alcalde del municipio Chacao, Leopoldo López. Por invitación de ella me acerco a sus clases de Yoga que llevan por nombre: “Yoga en la plaza”, que según sé, dicta a cielo abierto en aquel lugar todos los lunes a las 7:00 pm. Sin embargo soy escéptico, espero encontrarme con un máximo de diez personas practicando esta disciplina, cuyo origen se pierde en la India. La palabra viene del sánscrito ioga que significa yantar o conyugal, y está asociada a la meditación en el hinduismo, el budismo, el jainismo y que otorga como resultado a sus practicantes la unión del alma individual con Dios, un encuentro con el yo espiritual y no material; y un bienestar físico y mental.
Mi sorpresa es grande. Más de cuatrocientas personas calculo yo tras darme a la tarea de contar una de las hileras, esperan el inicio de la clase. Cada quién con su alfombra para yoga en un murmullo conjunto, se colocan de forma ordenada en filas y dan comienzo a la actividad. Algunos vienen solos, otros en grupo, algunos con sus mascotas, otros solo observan, pero la atmosfera que se respira es impactante. Hay personas alrededor conversando, algunos niños jugando, parejas enamoradas que se funden en besos, pero todos son cómplices del respeto necesario para que las instrucciones puedan llegar a todos por igual. Aún cuando se usa un amplificador y micrófonos, se entiende que en esta plaza, la idea es que reine un poco de paz, un poco de amabilidad. Lilian camina entre las filas mientras ayuda a algunos a tomar correctamente las posturas, conversa con otros, hace las rutinas, pasea una y otra vez junto con algunos asistentes asegurándose que todo quede bien. La entrega es completa y la meta se logra. En Caracas, una de las ciudades más violentas del continente, por un espacio de poco más de una hora, en uno de los municipios más transitados de la capital, se llega a la conclusión que querer es poder.
No es solo la sonrisa, belleza, entrega, pasión y profesionalismo de Lilian la que destaca, no es solo la espectacular plaza construida de la nada en aquel lugar que se pensó imposible humanizarlo, y que entre otras cosas es la primera construida en la ciudad en los últimos trece años, y su biblioteca la primera que es inaugurada desde 1990. Es mucho más que eso. Es ver a la ciudadanía disfrutando de su ciudad, de ese cambio que sí se puede lograr cuando priva el sentido común y el trabajo grupal.
No hay colores ni consignas políticas en la plaza más allá de la información del municipio, todos tienen cabida a la a veces utópica idea de una vida en una sociedad distinta, que acá toma forma y se hace palpable. Se siente calidad de vida, y no percibo mis palabras como proselitismo político, solo está presente la información sin más nada que un compromiso con sentirse orgullosos por parte de la alcaldía de la obra como tal, el resto, la atmosfera la crea una tribu inmensa que se reúne aquel momento en aquel espacio. No son tribus urbanas, no, me refiero a una grande y a la que yo hago parte; un conglomerado: venezolanos.
En el supermercado al frente de la plaza de Los Palos Grandes la gente sale con sus compras despreocupadas, otros paseando sus perros observan curiosos la actividad, muchos conversan, comparten velados por la mirada de las patrullas de Polichacao que dan sensación de seguridad.
A las 8:30 pm, como si fuera el final de un acto religioso, los creadores de la actividad se despiden y cada persona toma sus pertenecías, y con una sonrisa se alejan a seguir sus vidas en la agitada ciudad capital. Hay bromas, comentarios, manos agitadas, otros se acercan a Lilian, que como a este humilde servidor, atiende con cariño y le dedica un tiempo de su apretada agenda. La actividad fue un éxito.
Al alejarme de la plaza por las solitarias calles de Chacao, siento un fuerte deseo de sentir aquella sensación de paz en todo mi país. En una introspectiva breve, identifico la satisfacción de entender que sí se puede cambiar, que Venezuela sí tiene esperanza cuando se acabe el egoísmo, el odio, la segregación política. Cuando nuestras autoridades escuchen las necesidades del pueblo y las conviertan en soluciones inmediatas.
No practiqué Yoga en la plaza, pero mi mente y espíritu se contagiaron con la buena vibra de aquellos extraños que son tan cercanos como los que lean esto, y que sí lo hicieron. Al tomar camino a mi San Antonio de Los Altos querido, miro hacia atrás y veo la Venezuela posible, solo si los decidimos.
Fernando Pinilla
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