Maracaibo marginada. (Columna Trompo en la uña, diario La Región 01/05/2014)
Un pueblo noble y creyente fe reclama, y entristece la penumbra en su dolor, casi se esconde de su sol como apenado, por el olvido en que se encuentra su región… Recuerdo el intro de la canción de Ricardo Aguirre
mientras camino bajo el sol abrasador que hace arder el asfalto.
Maracaibo en su centro luce desolada, el taxista que nos lleva del hotel a la
basílica, manifiesta que es un fenómeno de los fines de semana, sin embargo el
calor parece la respuesta más acertada a la soledad que le da un aire de pueblo
fantasma a la capital zuliana.
Recorremos El Saladillo y la parroquia Santa Lucia buscando
el origen de las gaitas que tantas navidades nos han dibujado una ciudad llena
de esquinas emblemáticas, de locales típicos, de tradiciones simples y de un
orgullo desbordado. Sin embargo, Maracaibo es como una extensión de luces
navideñas intermitentes.
Algunas fachadas aun conservan la identidad marabina,
otras lucen destrozadas, desoladas, olvidadas, no sólo por las autoridades,
sino por los propios lugareños. Los
rostros de los candidatos a alcaldes son la decoración entre pilas de basura,
mientras alcaldía y gobernación compiten con vallas y murales a ver quién hace
más por la ciudad, pero la realidad es otra. Caminamos presas del psicoterror
que los taxistas nos han infundido al escuchar nuestro acento caraqueño, o al
identificarnos de manera alegre como tales. No sabemos si la inseguridad es
cierta o no, pero nos invitan a no recorrer el centro, aún así, lo hacemos.
¿Cómo
se conoce un sitio sin recorrerlo? Hacemos caso omiso de las advertencias,
quizás porque nos parece injusto estigmatizar a la capital del sol amado y
privarnos de ver la raíz de su cultura, de su identidad. Maracaibo es
dicharachera, colorida, espontanea y así la queremos sentir, aunque sus
ciudadanos no se muestren abiertos y corteses, como decía la gaita, con el
turista.
La misión era devorar lo que queda de El Saladillo y así lo
hicimos, aunque simplemente encontremos sol y abandono. Recorremos las iglesias
emblemáticas, nos perdemos por callejones en busca del empedrado de Santa Lucia,
que ya no existe, las fachadas coloridas, que fueron abandonadas y lucen como
una ciudad post apocalíptica. Aún así encontramos lugares simpáticos como, El
popular Jesús Ríos, con sus raspados de pulpa de fruta, 100% natural que nos
ayudan a mitigar el calor; A que´luís, lugar lleno de historia gaitera y otros
más. Sin embargo es poco. Como sucede en Venezuela, nuestra identidad se pierde
y “a su amada capital, Marabino ni
su astucia, del caos la ha podido salvar”.
Escombros apilados en el centro, lugar histórico y
turístico, nos entristece, nos hace ver con dolor el abandono de las gestiones
políticas que el gran Ricardo Aguirre denunciaba en sus gaitas. Nada ha
cambiado ni con le derecha o izquierda al poder, Maracaibo es reflejo de la
demagogia y de la falta de cultura de sus propios ciudadanos, no todos, pero si
un gran sector. Es norma en Venezuela que ningún centro de ciudad pueda lucir
como el centro de Buenos Aires, Bogotá, Lima, Quito, Cartagena; atestado de lugares
típicos, tiendas famosas y una actividad económica que invite al turista a
visitar la ciudad. Si no hubiéramos llevado una guía en el grupo, habríamos
terminado en El Sambil, pues Maracaibo no tiene una ruta turística para
exportar.
El milagro es, quizás, un oasis en medio de tanta
intermitencia, entro lo bueno y lo feo, lo moderno y lo anticuado, lo cuidado y
lo destruido, pero es poco para una capital tan rica, para un estado tan
poderoso, y tan contradictorio. Cuando recorremos El paseo del lago y nos
asfixiamos con la podredumbre de la quebrada que desemboca en el Lago, nos
duele su hermoso ecosistema, cada vez más destruido.
Maracaibo es el ejemplo de
lo que es el país, de nuestra descomposición, de nuestra falta de progreso,
pero al mismo tiempo del potencial que se pierde por culpa de gobiernos
regionales disociados, divergentes en sus objetivos y metas, y un gobierno
nacional que se llena la boca hablando de socialismo y la única igualdad que
busca, es hacernos estar mamando a todos. Sólo un ejemplo: una noche en el
hotel Venetur de Maracaibo, que no lo construyeron ellos, sino lo robaron,
cuesta para una pareja, 2300 Bsf. ¿Socialismo? En el aeropuerto La Chinita, un
kilo de queso palmito cuesta 300 Bsf, el único tipo que hay; en San Antonio de
los Altos lo consigo en 170 Bsf, y está caro, si nos sinceramos a hablar de
bolívares reales, 170.000 Bs y de cuánto es un salario mínimo. ¿Socialismo?
¿Cómo se hace turismo si los taxistas en el aeropuerto La
Chinita quieren ser más vivos, robando al turista, y quieren cobrar 500 Bs por
cada taxi para llevar cinco personas hasta El milagro? ¿Cómo hacemos turismos
si no vi un transporte decente para el pueblo marabino, sino los famosos, y
hasta considerados patrimonio de la ciudad, “por puestos”? Montarse en estos
vehículos es una hazaña, porque el estado de los carros, de cualquier marca, es
un desastre, oxidados, contaminando con su humo a una ciudad que pide a gritos
un cambio de mentalidad en su pueblo y sus autoridades.
Nos vamos de Maracaibo con un dejo de tristeza. Con las
ansias de salir de una ciudad venezolana y poder compararla con cualquier
ciudad del mundo, sintiéndonos orgullosos de verdad, de mostrar que estamos en
el año 2014 y no aun en 1998, estancados, presas de nuestra miserias, de
nuestra mente corta y falta de visión. De una falta de sentido de pertenencia
que no depende del gobierno, sino de nosotros mismos, de una realidad que nos
está matando ante nuestra propia pasividad y complicidad. Maracaibo necesita
que el orgullo marabino salga y grite alto. Necesitamos más acciones y menos
habladuría llena de supuesto regionalismo, que no ha servido sino para
dividirnos y tratar mal al turista.
Maracaibo marginada.
Fernando Pinilla
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