Cada día, cada semana, me toca la responsabilidad de caricaturizar nuestro convulsionado mundo; mostrar las constantes contradicciones de nuestra supuesta humanidad. No es un trabajo sencillo, porque desde hace años he asumido con convicción que mi deseo es intentar denunciar, pero también informar desde la caricatura y su poder visual todo lo que sucede, todo lo que afecte al pueblo, sin importar su nacionalidad, color de piel o religión.
Mucha gente no lo entiende, no se trata, en mi caso, de partidismo, gustos políticos, filiación o empatía con algún personaje. De corazón, con humildad, simplemente trato de ser ecuánime, crítico con quién equivoca arrancando mis intereses personales y gustos, porque creo que el deber de todo comunicador es decir la verdad aunque esa verdad pueda herir nuestras propias necesidades o vaya en contra de nuestros intereses. Como siempre digo en mis conferencias: puedo amar a mi padre, pero el día que se equivoque es mi deber y derecho decirlo, aunque lo ame profundamente.
Acá les dejo una parte de nuestro acontecer variopinto sin fanatismos y con la transparencia que trato de colocarle a mi trabajo.
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