Un poco de mi trabajo diario en prensa, libros, proyectos personales y demás locuras de mi incansable mente. iidisfrútenlo!!


septiembre 26, 2011

Un Metro de problemas



Un Metro de problemas (Columna "Trompo en la uña" diario La Región, 25 de Septiembre de 2011)

Cada metro que se pasa, es un metro de alegría, porque al fin la novia mía, llegará temprano a casa… dice el coro de una canción compuesta por Billo Frómeta e incluida en el disco Billo´74 ½ del año 1974, que narraba y hacía una crónica del acontecimiento más importante por aquel entonces; la construcción de un servicio de transporte masivo conocido como Metro, y en el que se cifraba la esperanza de muchos caraqueños por una mejora en su calidad de vida, que ya por aquellos años comenzaba a tornarse para los protagonistas de entonces como insoportable.

Lo cierto es que sería solo hasta el 2 de enero de 1983 que se inauguraría oficialmente con 6.7 km el servicio más anhelado y esperado por toda la capital. Orgullosos miraron entonces el resultado de ver un sueño hecho realidad. La solución llegó y en las modernas estaciones y vagones se respiraba un aroma a urbe, a capital importante, Caracas seguía siendo un modelo de ciudad que avanzaba y crecía hacia un futuro prominente. Sin embargo la guaracha de Billo, hoy parece un chiste, hoy es una broma pesada para los ciudadanos del siglo XXI. No somos lo que se pensó sería el futuro de la humanidad en la serie animada Los Supersónicos. Por ninguna ciudad del mundo vemos carros voladores ni naves espaciales, ni nada por el estilo y mucho menos en Caracas. 28 años luego de la inauguración de una de las más importantes y magnificas obras del urbanismo e ingeniería en Venezuela, solo hemos podido completar los planes existentes a duras penas. El Metro no evolucionó, está como muchas obras detenidas en el tiempo y solo maquilladas con pinceladas burdas.

El Metro claramente es una apología de la mediocridad. Sus casi dos millones de usuarios al día, viven normalmente una travesía épica que parece tomada de algún libro de fantasía, solo que al final no nos espera tesoro alguno, sino la gratitud de llegar enteros a nuestro destino. Desde muy tempranas horas de la mañana comienza el drama de cada persona que usa este medio de transporte, que no registra ajustes en sus tarifas acordes con las exigencias necesarias para su mantenimiento, ya que según el primer mandatario, de hacerlo como lo harían los capitalistas, no se podría utilizar este servicio. Sería interesante que el presidente usara una semana este transporte desde un extremo de la ciudad hasta el otro, como cualquier vulgar mortal, para constatar si es cierto que aún se puede utilizar el Metro.

Al momento de acceder a cualquier estación, se cruza las puertas de la mansión del terror; lo inesperado se posa en cada rincón. Ríos de personas, sí así se les puede llamar, corren y demuestran el estado de descomposición social que vivimos. Son émulos de reses que aplicando la ley del más fuerte, corren por los pasillos, atropellan a quien sea, sin siquiera detenerse a ver si es una dama, que igualmente sacaría a nuestra benemérita madre a pasar por las instalaciones; y pobres de aquellos que la tienen tres palmos bajo tierra. La espera de los trenes es un calvario; calor, amontonamiento de personas y una sola meta: entrar en el vagón. Los tiempos de espera son variados depende de la hora y las circunstancias que genera el estancamiento del país y por ende del Metro. Si no somos víctimas de problemas eléctricos, fallan los trenes, colapsan las estructuras, y por qué no, somos presas de una víctima de la presión y el estrés que decide joderle el día a los casi dos millones de usuarios, lanzando su humanidad a las vías del tren más cercano a su arranque de desequilibrio mental y emocional. No hay nada que hacer, toca esperar entre el murmullo, los comentarios y los rostros impávidos de cientos de extraños, aunque también si eres bajo de estatura puede ser la espalda, el pecho, o los pechos de algún caballero o dama respectivamente.

Si se corre con suerte puede que el aire acondicionado funcione, aunque muchas veces al entrar a un vagón el frente caliente que nos espera nos noquea, prácticamente nos hace sentirnos en un sauna. Pero no solo nos llega el calor, no, sea que el vagón tenga aire acondicionado o no, los aromas son asfixiantes. Fluidos corporales, flatulencias, perfumes, se mezclan creando un olor que termina por darle un desagradable bouquet al viaje. No conformes con prácticamente viajar por el infierno, no faltan las personas que creen que sus teléfonos celulares son una especie de pickup, dónde distorsionan: regetones en su mayoría, salsas y vallenatos, que piensan ellos, armonizan la travesía por el inframundo caraqueño. No dejan de sorprender artistas itinerantes la mayoría sin talento pero con un talante para molestar increíble, y mendigos, muchos sin algún miembro para terminar de hacer más deprimente la escena.

Si tenemos suerte, puede que lleguemos enteros al destino, aunque hasta podemos convertirnos en una cifra más de la inseguridad, aún cuando la policía bolivariana patrulla constantemente. El Metro no es un medio de transporte, es un medio transporte que no soluciona para nada la crisis capitalina. El otrora orgullo de Caracas es hoy prácticamente un deporte extremo para millones que solo asumen cabeza gacha la realidad que les toca afrontar. No hay muchas opciones, esto es lo que hay.
El dinero que se le inyecta no es suficiente para el mantenimiento, las obras de modernización se quedan cortas y solo vemos una caricatura de lo que un día fue un moderno medio de transporte. La gran capital sufre de un drama que no parece tener solución. Al salir el sol solo nos persignamos, para que al momento de adentrarnos en el subterráneo, tengamos la suerte de salir vivos.

Todo el mundo está contento, porque según el doctor, le pondrán un metro adentro, al hacerle la operación. Pero un metro que camina a una gran velocidad
sin semáforo en la esquina, atraviesa la ciudad.

Fernando Pinilla

septiembre 19, 2011

Yoga en la plaza



Yoga en la plaza. Columna "Trompo en la uña" diario La Región, 18 de Septiembre de 2011)

7:00 pm en la tercera avenida de Los Palos Grandes del municipio Chacao del estado Bolivariano de Miranda, el más pequeño de los cinco municipios que conforman el Área Metropolitana de Caracas. En una de sus esquinas más transitadas se yergue un monumento a la voluntad popular mancomunada con los poderes públicos: La plaza de Los Palos Grandes, suerte de accidente que rompe el concreto y lo funde con elementos naturales como el agua y arbustos, y lo complementa con el alimento perfecto del alma; las letras contenidas en una biblioteca con un diseño urbano que llama poderosamente la atención. Es pequeña la plaza, sí, la extensión era reducida cuándo en el año 2006, un 15 de marzo la comunidad solicitara al Consejo Municipal la construcción de un espacio público, que sería inaugurado oficialmente en el año 2010.

En este lugar que habla del sueño popular de vivir decente y humanamente en una ciudad que pierde cada día esta característica y termina envuelta por la intolerancia y la violencia, parece extraño lo que encuentro en mi visita. Me dispongo a tomarle unas fotos a Lilian Tintori, recordada animadora de televisión y radio, y campeona nacional de Kitesurf en 2003 y desde 2007 conocida por su matrimonio con el ex-alcalde del municipio Chacao, Leopoldo López. Por invitación de ella me acerco a sus clases de Yoga que llevan por nombre: “Yoga en la plaza”, que según sé, dicta a cielo abierto en aquel lugar todos los lunes a las 7:00 pm. Sin embargo soy escéptico, espero encontrarme con un máximo de diez personas practicando esta disciplina, cuyo origen se pierde en la India. La palabra viene del sánscrito ioga que significa yantar o conyugal, y está asociada a la meditación en el hinduismo, el budismo, el jainismo y que otorga como resultado a sus practicantes la unión del alma individual con Dios, un encuentro con el yo espiritual y no material; y un bienestar físico y mental.

Mi sorpresa es grande. Más de cuatrocientas personas calculo yo tras darme a la tarea de contar una de las hileras, esperan el inicio de la clase. Cada quién con su alfombra para yoga en un murmullo conjunto, se colocan de forma ordenada en filas y dan comienzo a la actividad. Algunos vienen solos, otros en grupo, algunos con sus mascotas, otros solo observan, pero la atmosfera que se respira es impactante. Hay personas alrededor conversando, algunos niños jugando, parejas enamoradas que se funden en besos, pero todos son cómplices del respeto necesario para que las instrucciones puedan llegar a todos por igual. Aún cuando se usa un amplificador y micrófonos, se entiende que en esta plaza, la idea es que reine un poco de paz, un poco de amabilidad. Lilian camina entre las filas mientras ayuda a algunos a tomar correctamente las posturas, conversa con otros, hace las rutinas, pasea una y otra vez junto con algunos asistentes asegurándose que todo quede bien. La entrega es completa y la meta se logra. En Caracas, una de las ciudades más violentas del continente, por un espacio de poco más de una hora, en uno de los municipios más transitados de la capital, se llega a la conclusión que querer es poder.

No es solo la sonrisa, belleza, entrega, pasión y profesionalismo de Lilian la que destaca, no es solo la espectacular plaza construida de la nada en aquel lugar que se pensó imposible humanizarlo, y que entre otras cosas es la primera construida en la ciudad en los últimos trece años, y su biblioteca la primera que es inaugurada desde 1990. Es mucho más que eso. Es ver a la ciudadanía disfrutando de su ciudad, de ese cambio que sí se puede lograr cuando priva el sentido común y el trabajo grupal.

No hay colores ni consignas políticas en la plaza más allá de la información del municipio, todos tienen cabida a la a veces utópica idea de una vida en una sociedad distinta, que acá toma forma y se hace palpable. Se siente calidad de vida, y no percibo mis palabras como proselitismo político, solo está presente la información sin más nada que un compromiso con sentirse orgullosos por parte de la alcaldía de la obra como tal, el resto, la atmosfera la crea una tribu inmensa que se reúne aquel momento en aquel espacio. No son tribus urbanas, no, me refiero a una grande y a la que yo hago parte; un conglomerado: venezolanos.

En el supermercado al frente de la plaza de Los Palos Grandes la gente sale con sus compras despreocupadas, otros paseando sus perros observan curiosos la actividad, muchos conversan, comparten velados por la mirada de las patrullas de Polichacao que dan sensación de seguridad.

A las 8:30 pm, como si fuera el final de un acto religioso, los creadores de la actividad se despiden y cada persona toma sus pertenecías, y con una sonrisa se alejan a seguir sus vidas en la agitada ciudad capital. Hay bromas, comentarios, manos agitadas, otros se acercan a Lilian, que como a este humilde servidor, atiende con cariño y le dedica un tiempo de su apretada agenda. La actividad fue un éxito.

Al alejarme de la plaza por las solitarias calles de Chacao, siento un fuerte deseo de sentir aquella sensación de paz en todo mi país. En una introspectiva breve, identifico la satisfacción de entender que sí se puede cambiar, que Venezuela sí tiene esperanza cuando se acabe el egoísmo, el odio, la segregación política. Cuando nuestras autoridades escuchen las necesidades del pueblo y las conviertan en soluciones inmediatas.

No practiqué Yoga en la plaza, pero mi mente y espíritu se contagiaron con la buena vibra de aquellos extraños que son tan cercanos como los que lean esto, y que sí lo hicieron. Al tomar camino a mi San Antonio de Los Altos querido, miro hacia atrás y veo la Venezuela posible, solo si los decidimos.

Fernando Pinilla